23 de enero de 2008





Estuve facíl, 15 minutos para darme cuenta como joraca se linkeaban los videos.

18 de enero de 2008

Es un mes confuso en cuanto a estados sentimentales. Flota una alegría con olor a pólvora y jazmín. Tíos mamertos y divertidos, que no están, cambian por primos lejanos de una vez al año.

Las ocho menos cuarto. Matías desde su cama miraba la intermitencia mágica de las guirnaldas del arbolito de plástico. Escuchaba Los Estómagos. Se acariciaba el abdomen para aliviar la emoción que le estrujaba los músculos por la fuerza imponente de las canciones del disco. El sonido de los cubiertos golpeando los platos cuando sus padres preparaban la mesa, tampoco lograba sacarlo del trance de los cambios de color del algodón simulando nieve, y menos de la tristeza que disfrutaba imaginando los lugares vacíos que habría en la mesa.

Los veteranos se habían ido muriendo. Todo era tan natural que a pesar de haber sucedido en el lapso de dos años, sintió la falta de los tres -abuela, tío Raúl y tío Rolando-, justo en esta fecha. Por supuesto que el dolor de esas desapariciones estaba aceptado, y por esto se encantaba con el bienestar melancólico al recordar los gestos y frases de los veteranos, que hacían imagen en las profundas melodías del disco.

Un par de lagrimotas bien mojadas rodaron a la vez de cada ojo, y atajó a las dos con la lengua en cada comisura de los labios. “Hielo” tiene la voz tan desesperada que aporta la lucidez necesaria, no sólo para saborear dos lágrimas a la vez, sino que lo hizo levantar de la cama para ir a comprar puchos.

Pasó por el living para avisar que bajaba y ofrecerse para traer lo que hiciera falta. Lo dijo acariciando los riñones de su padre, y sintió la tela suave y limpia de la camisa. Cuando el padre se dio vuelta sorprendido por el cariño, le dio una guiñada cómplice, aclarando que cuando subiera del kiosco debía estar esperándolo con un buen whisky.

En lugar de salir por el living, fue hasta la cocina y aprovechó que su madre tenía las manos ocupadas para darle un beso. La felicitó por lo bonito que había armado los platos de la picada. Le dijo que los colores estaban muy bien equilibrados y abrían el apetito. También le dijo “te quiero”.

Llegó a la soledad perfecta, como en los baños de una fiesta, al entrar en el ascensor. Ahí pudo meditar en los gestos que acababa de hacer. Mirando fijo su sonrisa en el bronce de la botonera se habló en voz alta: “¡Qué placer! ¡Qué bien! Les dije que los quiero ahora que están vivos. ¡Qué bien! Pude disfrutar de hacerlo, si se murieran hoy yo ya les dije todo lo que merecen”.

El ascensor golpeó en la planta baja y Matías picó en la cama mientras la guitarra de “La Venganza” se hacía real en el consciente.
Prendió un cigarro y caminó hasta el living. Acariciando la espalda de su padre, sentía la tela suave de la camisa limpia.


Pedro Dalton

Lecturas de verano cortesía de:

·freeway·

Me acuerdo de aquella noche cuando tenía cuarenta y cuatro años menos y me quedé sentado, en la cama, mirando el campo por la ventana. El campo, iluminado por la luna. No precisaba música, ni cigarro, ni siquiera compañía para comentarlo. No me estaba alejando de nada. Estaba ahí porque siempre, desde chico, me gustó el campo.

En aquel momento estaba veraneando en el rancho de una prima y su marido. No sentía la importancia de estar conectados con ellos porque me caían bien. Eran buenos músicos. Él me daba tareas para que hiciera y yo las disfrutaba porque me gustaba ayudar.

Un par de veces me rezongó por mi torpeza, al tener miedo a ciertas rutinas del campo, pero una vez lo dejé tirado por portarse como un nabo. Él estaba cortando el pasto con el tractor y me subí a la cabina. Le dije que la cortadora estaba cerca de los panales de las abejas. Me dijo que le avisara si estaba por tocarlos.

_¡Vo! ¡Están enojadas! –le dije cuando la caja blanca se hizo negra de alas y algunas entraron en la cabina.

_Quedate tranquilo que sólo vienen a ver qué pasa –entonces me picó una en la cabeza y salí corriendo a buscar a mi prima y lo dejé con su puto enjambre. Llorando le dije a Estela que las abejas estaban zarpadas y volvimos los dos al lugar y él me habló como mis amigos, onda: “¡Buena onda loco tu ayuda! ¡Gracias por dejarme solo!”

Me fui al cuarto re caliente. Dormí una hora de siesta después de almorzar. A eso de las cuatro de la tarde trepé al techo de chapa del galpón para seguir dándole anti-óxido, escuchando London Calling de los Clash. Todo el campo escucharía ese disco que sonaba fuerte, incluso las abejas. No hablé más en todo el día ni tampoco en la cena. Me senté en la cama y me quedé mirando el campo por la ventana.

Ahora estoy en la noche de otro rancho de campo, donde vivo alejado de todos y todo. Escucho el silencio con la gracia de aquella noche solitaria, igual que hace cuarenta y cuatro años atrás. Hay grillos constantes y todos son distintos al escucharlos. Se oye algún ladrido muy lejano y algún tero. La luna se cuadricula con el mosquitero y llega el olor a bosta fresco de vaca. La caída del sereno hace estrellas en el suelo.

Ya no me importa querer explicar la razón de que ver la noche de esta forma es la mejor. Todos lo sabemos.

La sábana está fresca y limpia como el cielo.

Buenas noches.

Que descanses.


Pedro Dalton

Lecturas de verano cortesía de:

·freeway·

2 de enero de 2008



Este marcador de paginas, llego a los Monos por gentileza de Mr.Topo, quien le obsequio unos cuantos a Miss Lau y Mr. Gabito.
Elogiamos este sencillo pero emotivo presente de parte de Mr.Topo y buscaremos la manera de repartir estos marcadores entre la monada. (Posiblemente con la edición del proximo DVD).

Y ya que celebramos el regalito que nos dio Mr. Topo, podemos también celebrar el aniversario del mismo.
Ya que el día de hoy es su cumpleaños.

MUY FELIZ ANIVERSARIO Mr. TOPO!
Un gran abrazo de parte de todos los monos que integran este plenario.