4 de octubre de 2011


Critica a "Se pule la Colmena" Publicada en la Diaria:


Alborotando el avispero

Disco | "Se pule la colmena", de Buenos Muchachos. Bizarro, 2011.

Hace algunos años en una nota en el semanario Brecha, Guilherme de Alencar Pintos sostenía -ante el monumental éxito de la canción “Mayonesa”, de Chocolate- que en realidad el fenómeno de esa canción podía ser considerado un retorno -tal vez un descenso- a cierta normalidad de gustos en un país en el que la música (local) popular en realidad siempre fue distintivamente extraña y jugada. Los ejemplos abundan, pero alcanza con pensar en varios de los mayores éxitos de Jaime Roos, posiblemente el músico más popular de Uruguay, y compararlos con las estructuras de estribillos y repeticiones que suelen distinguir a las composiciones populares del mundo entero, y confirmar que, por más acostumbrados que estemos a los temas de Roos, siguen siendo (repito, en términos de música pop) rarísimos. Es decir, estamos hablando de un país en el que algo tan experimental, extenso y jugado como “Guitarra negra” se convirtió en un clásico frecuentemente programado en las radios…

Todo esto viene a cuento del aparentemente extraño pasaje de Buenos Muchachos a la primera línea del rock nacional, a ese grupo limitado de bandas capaces de convocar y llenar el Teatro de Verano, algo que es extraño simplemente porque -sin desmerecer los logros compositivos de otras bandas con gran audiencia- Buenos Muchachos es tal vez el único exponente más o menos masivo en el rock de esa tradición de rareza de la música uruguaya.

Más allá de algunas influencias notorias (Sonic Youth, los Bad Seeds, Tom Waits, los tristemente olvidados Butthole Surfers), es imposible reducir la combinación de armonías de procedencia clásica, vandalismo vocal y estructuras de volumen que parecen una montaña rusa a una tendencia en particular; Buenos Muchachos tiene como virtud nada menor la de haber definido un sonido propio y personal que hace distintiva cualquiera de sus canciones de las del resto del rock -masivo o underground- del Río de la Plata.

Dejando de lado el recientemente reeditado Nunca fui yo (1996) -originalmente un casete más que interesante para los seguidores de la banda, pero que en muchos aspectos puede considerarse un demo-, la carrera discográfica de Buenos Muchachos ha sido notable tanto en su personalidad como en su imperfección. Su primer disco, Aire rico (1999), era fundamentalmente una recopilación del material acumulado durante los primeros años de la banda y, aunque tal vez sea su mejor colección de canciones, tenía algo de esa disgregación recopilatoria que suelen tener los discos de temas compuestos en un período muy extenso de tiempo. Dendritas contra el bicho feo (2000) era mucho más homogéneo, pero adolecía de cierto exceso de oscuridad y de la ausencia de temas de tanto impacto como “Desestrés” o “Cecilia”. Amanecer búho -el disco que los acercó al gran público- abundaba, en cambio, en esta clase de temas poderosos, temas como “He never wants to see you (once again)”, “Pavimento del buen muchacho” o “La hermosa langosta aplastada en la vereda”, que se volvieron instantáneamente mojones de sus recitales en vivo. En muchos aspectos el disco más redondo de la banda, tenía como única debilidad su larga extensión y la inclusión de algunas canciones menores que lo dispersaban.

Uno con otro y así sucesivamente fue un paso adelante y uno atrás en forma simultánea; estilísticamente propuso una serie de riesgos estructurales que lo diferenciaban de los discos anteriores, predominando las composiciones extensas con varias partes distintas, presentando un material tan bueno como el del disco anterior, pero de más lenta asimilación. Éste no era en realidad el problema, sino más bien un orden un poco desparejo y sin mucha armonía entre los temas más complejos y los más simples (y una portada más bien difícil de apreciar), que terminaba por conformar lo que generalmente se denomina un disco "de transición".

Pero aunque a todos se les pudiera encontrar alguna debilidad, la discografía de Buenos Muchachos es de una uniformidad -en términos de calidad- sorprendente y una de las mejores que se conozcan en el rock local, lo que sin dudas hace más notables los logros de Se pule la colmena.

Cambiar para que no cambie nada

Si antes decíamos que Uno con otro y así sucesivamente era un disco de transición, Se pule la colmena es el resultado completo de dicho cambio. En los discos anteriores se podían encontrar siempre dos o tres temas que anunciaban los cambios sonoros de la banda, en el extenso Se pule la colmena son solamente dos o tres los que remiten directamente a su obra previa.

Antes que nada, llama la atención la apertura tímbrica; con Ignacio Gutiérrez plenamente integrado a la banda en teclados, el sonido del grupo -que siempre privilegió lo climático- se abrió perdiendo algo de densidad y reverberación, pero aprovechando esos espacios para llenarlos de pequeñas intervenciones multiinstrumentales que, sin quitarles la predominancia a las guitarras, ofrecen una paleta sonora muy infrecuente en su variedad. Las guitarras de Marcelo Fernández y Gustavo Topo Antuña -tal vez el dúo de violas más reconocible, en su entramado de arpegios del rock local- también experimentan variables inesperadas, abandonando un poco su reconocible estilo arpegiado y optando por rasgeos más pop, arreglos de slide y dándole un espacio mucho mayor a lo acústico. Incluso en las voces hay variaciones importantes, comenzando por el lugar mucho mayor -y en algunos temas central- de Marcelo Fernández como cantante, quien aunque tiene un fraseo muy similar al de Pedro Dalton, tiene una voz mucho más limpia, que funciona muy bien en combinación con el vozarrón desgarrado de su hermano.

Compositivamente los cambios no son menores; las dinámicas de ruido-melodía tan propia de sus sonidos está casi ausente y las canciones tienden a mantener el volumen y la intesidad de sus primeros compases. Lo cual no quita que haya varios de los temas menos convencionales que haya hecho la banda, como "Chispas de luna", que presenta una combinación de arreglos de cuerdas (violín y viola), voces reventadas de saturación y melodías de guitarra acústica que no se parecen a nada hecho por la banda antes. También hay algunos pequeños instrumentales en los que algunos integrantes dan rienda suelta a su formación clásica moderna, y todo el conjunto mantiene -especialmente en el segundo disco (el álbum está compuesto por un disco de duración normal y otro un poco más breve)- un clima más bien sereno.

Pero también hay cierta transformación conceptual en lo lírico: es difícil para alguien que -como quien esto suscribe- conoce personalmente a los integrantes de la banda y a su universo referencial, sustraerse a las asociaciones de su imaginario lírico, plagado de menciones a personas y lugares cercanos a la banda, una costumbre algo endogámica que generalmente no bloquea la empatía de las canciones. Esto se mantiene -y hasta se profundiza-, así como la particular pluma de Dalton y su característica yuxtaposición de términos poéticos casi arcaicos con palabras hipercoloquiales y poco refinadas ("gargajo", "rengo", "afanan"). Pero está prácticamente ausente esa oscuridad tóxica que solía habitar las letras anteriores; sin ser un disco radiante, Se pule la colmena está escrito bajo el signo del aprecio y de cierto optimismo vital que no necesita la tontería para expresarse, sino la pura emoción que emana de canciones como "OoMm", "Mi rincón" o "Expiación".

Tal vez lo más destacable es que con todos estos cambios, el disco se siente como una continuidad natural de los anteriores y no deja de ser distintivo de la banda en ningún momento. Pero da una sensación de redondez conceptual que lo convierte -posiblemente- en el mejor trabajo que haya editado. Tal vez no haya estribillos bombásticos, y muchas de sus virtudes son sutilezas que se descubren a la cuarta o quinta escucha, pero desde la primera se tiene la sensación de estar frente a una obra que vale la pena sentarse y escuchar con esa atención y paciencia -tan raras hoy en día- que merecen los discos realmente buenos.

Es discutible -como todo lo que entra en el campo de lo arbitrario y los gustos individuales- el que los Buenos Muchachos sean en este momento la mejor o la más personal de las bandas de rock uruguayas, lo que sería casi imposible negar después de escuchar Se pule la colmena es que son una banda importante.


http://ladiaria.com/articulo/2011/9/alborotando-el-avispero/

27 de enero de 2011




Nunca fui yo
(Bizarro, 2010).


Camalotes perdidos

Recuerdo la primera vez que escuché el Nunca fui yo. Estaba en el pico de mi fanatismo por Buenos Muchachos y me había embarcado en la obsesiva búsqueda de conseguir el único material que me faltaba de ellos, ese casette misterioso con el tercer ojo mirándonos desde otro rincón de Uruguay, un Uruguay noventoso que era nostálgico para unos y mítico para otros más chicos, como quien escribe. Había un conocido de un conocido que lo tenía y un vendedor de dvds metaleros de Tristán Narvaja me dijo que me lo podía conseguir a mil pesos (¡mil pesos!). En fin, parecía un objeto cuya cualidad era superada por su propio misterio. Eventualmente conseguí, via un amigo que regenteaba el sitio www.monosenlamesa.blogspot.com (uno de los club de fanáticos de una banda uruguaya más activos que llegó a existir en la blogósfera) una copia digitalizada del material. Después fueron más lados b, más grabaciones de ensayos, más bootlegs, más covers inconseguibles.

La primera vez tuvo eso, recuerdo casi no haber escuchado la música por la simple emoción de haber terminado de dar con lo que había buscado por tanto tiempo. No sabía qué hacer con el disco, no sabía si escucharlo, o si sentarme sobre él y esperar. Hoy en día, tiempo después de aquel hallazgo, Nunca fui Yo se edita por primera vez en cd, similar a lo que ocurrió con la reedición de Dendritas contra el bicho feo (que ya existía en tal formato, pero con el sello Ultrapop –ahora se editó por Bizarro- con quienes habían tenido una comunicación algo “accidentada”, por llamarle de alguna manera), abriendo el baúl misterioso y haciendo público, en materia de sonido, un pasado que fue más contado que presenciado.

Me parecía necesario empezar esta nota en primera persona y remitiéndome a la dimensión mítica del recuerdo, porque precisamente es uno de los puntos que habría que poner en discusión a la hora de criticar un disco como Nunca fui yo. Esta nota podría optar por hacer un registro histórico del álbum, quedarse hablando del boliche de Juntacadáveres, de aquel primer toque en un cumpleaños, de Mamá era punk y las referencias clásicas al período post dictadura, pero me parece que podría ser una buena oportunidad para apartarse de tanta necrofilia imperante. Porque, ¿qué se podría decir sobre toda esa época que ya no se haya dicho hasta el hartazgo? Y sobre todo porque, después de todo (a diferencia de muchas otras figuras que desaparecieron o se quedaron agarrados de uñas y dientes de aquellos años de gloria –también habría que revisar qué entendemos por “gloria”) los Buenos Muchachos siguieron tocando y haciendo buenos –mejores- discos, incluso transformándose hasta un nuevo set de temas que renueva por completo su sonido anterior. El presente de Buenos Muchachos es tan interesante que es innecesario ponerse nostálgicos. Así que, ¿qué puede encontrársele al Nunca fui yo, que se aparte del mero ejercicio melancólico?

A diferencia de lo que se puede pensar, a pesar de algunos temas que se repetirán en ambos materiales fonográficos, no hay un continuismo muy claro entre el Nunca fui yo (1994) y su sucesor más inmediato, el Aire Rico (1999). No es, como comúnmente podría pensarse, un retoño de lo que luego florecería, sino algo bastante distinto. En todo caso, en algunos aspectos, más allá del efecto de pulido entre un disco y otro, el Nunca fui yo es un disco mucho más ambiental (esuchar, por ejemplo, “Preludio del mescalito” y “Hey luna hey!”), más emparentado al Amanecer Búho (2003), o más aún, con el nuevo material que Buenos Muchachos suele presentar en vivo, que con sus sucesores más cercanos (Aire Rico y Dendritas). También, es un disco mucho más denso en materia poética que aquellos dos discos, poesía que es recién retomada de manera más decidida en temas actuales como Nico Cuevas. En contraparte, las guitarras, cargadas de fuzz y algo similar al efecto big muff reverberan de una forma particular, muchas veces imponiéndose por completo por encima de la voz, por lo que mucha de la poesía, para quien no tiene un booklet, resultará casi ininteligible (pienso en, por ejemplo, “Anti-sinpasión”, posiblemente una de las mejores –y más olvidadas- letras que haya escrito Pedro Dalton). Y a esto se le agrega la voz. Acá sí podríamos sacar la excavadora y empezar a buscar las ramificaciones, como si hubiera una idea inherente de proceso. Ya desde el grito inicial –el grito inicial de una historia de ya veinte años- de “Me emboooorrracheee!” en “El duendecito bebedor”, todo lo que ha caracterizado al estilo de Dalton –los imprevisibles giros melódicos, la disonancia, el agregado de efectos, la utilización de un inglés criollo convertido en una especie de idioma propio- se percibe de una manera más radical en este disco. Como un niño que necesita romper un juguete para ver qué tiene adentro, cómo funciona, Pedro Dalton se lanzaba en este primer álbum a buscar todas las formas y alternativas posibles (siendo un camino plagado de aciertos y errores, habría que remarcar). El más recalcable de todos estos experimentos es el tema “Temperamento”, en donde el uso del delay y el reverb hace solapar los versos, incluso interponiéndose varias palabras en un mismo sonido (dándole un aire de paranoia muy particular). Recién en esta reedición –con el posible trabajo remasterización del mismo (o quizás es que la copia del original que yo tenía no era buena, vaya uno a saber)- se puede entender un poco más el experimento, optando por lateralizar un poco más los ecos, que antes caían como un granizo ininteligible en toda la canción. Más allá de que muchos prefiramos la versión más convencional –y más contundente- de “Temperamento” en Amanecer Búho, habría que colocar esta versión original en un lugar importante, por haber allanado un camino de posible experimentación con la voz y distintos pedales, que curiosamente no fue muy continuado, a no ser quizás por Lucas Meyer, Adriana Navarro (de Fiesta Animal) y alguna que otra banda reciente.

Otro aspecto importante a tomar en cuenta es que la mayoría de las canciones permanecen prácticamente incambiadas de su versión original. Esto puede parecer una obviedad, pero luego de escandalosas mutilaciones como la que sufrió Autoblues de Fernando Cabrera (algo particularmente extraño, optándose por trastocar la letra de algunos versos de canciones perfectas como “Informe sobre Valeria”), el vilipendio está a la vuelta de la esquina.

Fiel a sí mismo, Nunca fui yo es un disco imperfecto, con algunas opciones de sonido molestas y cierta tendencia de la banda a perderse y reencontrarse, pero que funciona como un río congelado en el que se encuentran varios elementos que, lejos de exponerse en vitrina de taxidermista, vuelven a la vida, cuales peces de deshielo, resignificando y volviéndose a articular con el presente una de las bandas de más importantes que haya dado el rock nacional.