Queridos Monos; aquí les sirvo una crónica del sábado que realmente me encantó.
Esta fué publicada ayer por Mr.Duroc en su espacio en Montevideo.com.uy.
Disfrutenla.
AquiescenciasA los monosenlamesa, por su destreza,
y a Pablo Fernández, por su calidad de anticipación.Desde el momento en que uno, sentado en el cordón de la vereda, con el sol de la noche sabatina hacía rato ya escondido, cerveza en mano y justo frente a la lacónica y heroica camioneta estacionada de los Supersónicos y más allá la puerta del reducto, uno quizá podía vaticinar que al llegar, bajando por Yaguarón, la banda de amigos, todos juntos, los Buenos Muchachos y los Supersónicos, la noche iba a ser festiva en el fiel sentido.
Aprovecho para aclarar que este comentario no deambulará entre consolidados conceptos musicales y hasta el lector seguramente encuentre poca objetividad. Lo reconozco, y quizá ello esa la razón primordial de hacerlo, al hablar de una fiesta de fin de año, anticipada como posiblemente inolvidable.
El show de Los Supersónicos fue el de un aluvión de marea donde sirenas que no se conforman con menos que cortejantes de fieras galaxias les guiñan a estos hermanos surfers con guitarras parafinadas de melodía como tablas que se hicieron paso por el mar donde asimismo habita un viejo camalote que con el tiempo devino una gran isla de encanta. Temas en vivo como “Chupacabras”, “Neptunia”, el mini tributo a Kraftwerk y el fin con “Misirlou”, de Dick Dale, demuestran que la familia sónica sigue bien acomodada sobre la cresta de una ola melódica. Los viejos amigos a un lado del escenario y la impronta humorística comandada por Leo Sónico sobre la relación entre las dos bandas, donde la palabra “Juntacadáveres” siempre aflora, destacando las anécdotas frente al cómplice público (como el caso del origen del tema “Chupacabras”), hacía que el momento fuera más sincrónico. El aplauso fue efusivo y dejando entrever que no sería la despedida final de los hermanos sónicos del escenario de DoS esa noche.
Otra cerveza y algún cigarrillo en la confortable planta alta del reducto, una especie de mini Factory criolla, y nuevamente bajar para ver a la mejor banda de rock no sólo del país, sino de la región.
“Ahí voy” y “He never wants to see you once again” (Amanecer Buho, 2004) abrieron el clima de la noche. Con “Desestrés” y la franca “Vamos todavía uruguayo” (Aire Rico, 1999) la nave zarpó y se enderezó. El búho se quitó la corbata y llegó la solitaria dendrita de “Sin Cielo (Dendritas contra el bicho feo, 2001)”. “Hey Luna hey” y luego montando el caballo negro llegó “Temperamento”, punto clave en la poesía de la banda, del grito y disco Nunca fui yo, de 1996.
Momento de quiebre fue cuando subieron dos invitados, Lecu (voz y teclado) y Luis (bajo), miembros de la banda argentina La Doblada, y comenzó a sonar “Cri-Cri”, tango blues con Lecu enajenado frente al órgano junto a un Pedro Dalton como crooner malevo, raspando la intriga con su aliento sobre el megáfono. Luego la sensible como nerviosa “Vos más que vos”, con Lecu en voz cantando en segunda persona y esa frase que quizá pueda resumir el propósito de este comentario, “la emoción de tocar tiene que erizar en cualquier lugar”, y el inevitable final con Pedro dándole al platillo.
Los cráneos presentes comenzaban a desnudarse bajo las guitarras del Topo y Marcelo, el aledaño bajo de Alejandro a la sugerente batería regida por José, al aflorar el Uno con uno y así sucesivamente (2006) con “Lengua Distorsión”, “Villete de oro”, el in crescendo de “¿Que hacés Joâo?”, y el advenimiento a la metamorfosis poética-musical de “La Isla era un Camalote”; más que una canción, el tema más al límite de la historia del rock uruguayo, su run for your life. No diría que el mejor logrado de la historia de la música uruguaya, ya que dicha mención sería para la eterna “Guitarra Negra”, de Alfredo Zitarrosa.
Llegaron los bises con Pedro y el Topo vistiendo las sugestivas remeras supersónicas con la neptunial letra n (Cecilia, Milagros, Pavimento, Y la nave va, De a 2 mejor), más cervezas y el techo que goteaba ahogado de clima, de fiesta, echando directamente a todo el mundo a la calle.
El final fue el de compartir entre bandas amigas y cerrar el año con manía todos juntos sobre el escenario: el relámpago de los covers de los Pixies, con la satánica "Isla de Encanta" y el estimado tema final del concierto “Monkey gone to heaven”. Un verdadero aquelarre.
Y el mono fue al cielo.
Y la nave fue.
R. Duroc.-