Tenía ciertas dudas de decirle a Alejandra lo que lo motivaba la piel que asomaba entre el dobladillo de su camiseta corta y el vaquero cuando se agachaba a buscar la cerveza que compraba cada noche en su veinticuatro horas. Luego pedía Nevada y sentía lo mismo por el ombligo adornado con una pequeña perla de plata, y sobre todo con el misterio del tatuaje que aparecía en la curvita del hueso de la ingle que nunca había visto entero. Pagó luego de charlar unos minutos como hacía siempre. Vivía solo en un apartamento de un ambiente.
Como cada noche, descolgaba los calzones y las medias del tendedor improvisado en el riel de la ventana del living. Después apagaba la luz del techo, prendía la portátil ámbar y ponía un disco. Con la ducha y música al mango limpiaba el aburrimiento de oficina depositado en su piel.
Destapó la cerveza y se echó un trago frío y largo. Miró la vista abierta del barrio de casas y edificios bajos que se veían celeste ceniza a la luz de la imponente luna blanca y llena que parecía apoyarse en el tanque de agua del único edificio alto y solitario.
Con la toalla de taparrabo se sentó a revisar sus mails. Prendió un Nevada y luego echó una gran bocanada de humo azul al monitor. No había mensaje que le dieran ganas de contestar.
Bebió la mitad de la cerveza y la guardó en la heladera con una cuchara de té como tapón para conservar la presión, y salió a dar una vuelta por el barrio.
Hacía frío y no había gente en la calle ni hojas en los árboles. El mercurio pintaba de naranja la soledad, y el viento hacía rodar papeles y las hojas que faltaban en las ramas peladas. Sin querer se vio pensando en que nunca había encontrado guita en la calle, justo cuando bajó la vista y aplastó por reflejo con la bota derecha lo que parecía un billete. Efectivamente era un billete. Mil pesos nuevos con la Juana de Ibarbourou más hermosa jamás vista.
¡Bien al menos hoy soy afortunado en el dinero!
Paró un taxi y fue directo a su boca. Se compró tres papeles y volvió a su casa. Antes pasó a ver a Alejandra y le pidió una botella de Smirnoff y un Jim Porter. Ambos productos estaban a la altura de sus hombros, así que no hubo movimiento corporal. En su living sonaba “Walk On The Wild Side” y él miraba durísimo por la ventana, el paisaje de azoteas vacías evaluando que no encaró a Alejandra por saber que, el que es afortunado en el dinero no es afortunado en el amor. Al menos hoy encontró una excusa.
A partir de ese día decidió comprar sólo cerveza y Nevada en el kiosco de Alejandra.
Pedro Dalton
Vayan a la fuente.
·freeway·